viernes, 20 de enero de 2017

Lección 8: Tomar parte en riñas

En ocasiones nos sentimos muy enojados, ofendidos o humillados por y con alguna persona, en cuyo caso nos invade un enorme deseo de lanzarnos a los golpes para soltar con ello ala ira que ha surdido en nuestro interior. La sensación es tan clara como la frase popular que dice "la Sangre se me subió a la cabeza", o como una olla de presión que explota y causa miles de destrozos a su alrededor. Sin embargo, si echamos un vistazo al futuro, esos golpes, además de dejarnos un ojo hinchado, los labios sangrando y/o la nariz rota, no nos ayudaron a sacar la sensación que llevamos en nuestro interior: en el fondo seguimos molestos y lastimados y aún no tenemos muy claro por qué.



Quizá si hubiéramos hablado entenderíamos por qué nos ofendieron o por qué la otra persona insistía en lastimarnos; tal vez si hubiéramos ignorado las agresiones y las provocaciones, nos habríamos sentido satisfechos de no haber caído en el juego de  esa persona.


A veces sentimos que nuestras emociones se apropian de nuestra mente - cuerpo y en medio de esas sensaciones empezamos a perder el control y a actuar sólo por impulso: ya no pensamos en lo que decimos, sino actuamos y nos dejamos ir hasta que "la vida" o alguien nos detenga.

Esto es curioso, pues cuando recordamos la situación ya ni siquiera sabemos dónde empezó el asunto y por qué nos causó tanta ira y a veces a demás nos sentimos mal y llenos de culpa por lo sucedido. El asunto es que finalmente no solucionamos lo que nos molestó y sólo tenemos una razón más para sentirnos peor.






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